Comentario
La Convención emprendió la tarea de redactar la nueva Constitución que se había venido retrasando como consecuencia del conflicto entre girondinos y montañeses. La nueva Constitución era mucho más democrática que la de 1791. Establecía el sufragio universal masculino y el referéndum. Proclamaba la libertad de los pueblos a disponer de su propio destino y la fraternidad de los pueblos libres. En cuanto a los derechos sociales, reconocía que la sociedad debía atender a los indigentes y contemplaba el derecho al trabajo y el derecho a la instrucción. La Asamblea Legislativa sería elegida sólo por un año y el poder ejecutivo estaría formado por un Consejo compuesto por ministros que no fuesen diputados. En su conjunto, se trataba de una Constitución menos centralista que la de 1791. La Constitución de 1793 fue aprobada por la Convención el 24 de junio y sometida a referéndum y ratificada en el mes de julio por una abrumadora mayoría de 1.900.000 votos afirmativos de un total de 2.000.000 de votos emitidos sobre 7.000.000 de electores.Sin embargo, nunca llegó a entrar en vigor, puesto que se aplazó su aplicación hasta que terminase la guerra en el exterior. Jacques Godechot ha señalado, no obstante, la importancia de esta Constitución por ser la que por primera vez planteaba, oficialmente, ante el mundo los problemas de la democracia social, de tal manera que serviría de guía a destacados políticos muy posteriores, como Louis Blanc, Barbès y el mismo Jean Jaurès.Sin los girondinos en la Asamblea, los montañeses, apoyados en gran parte por La Llanura, practicaron una política de acercamiento a aquella parte del pueblo más radicalizada, que estaba representada por los sans-culottes, a los que, al fin y al cabo, debían su triunfo. Así, se dictaron algunas medidas legislativas como la referente a la redención total de la tierra, aprobada el 17 de julio y mediante la cual los colonos podían acceder a la propiedad de sus parcelas sin necesidad de seguir pagando las indemnizaciones previstas en 1789; o aquella que imponía una tasa a los precios de los productos alimenticios de primera necesidad, aprobada a finales de septiembre de 1793. Sin embargo, no dejaba de existir una fuerte oposición, formada no solamente por los girondinos, sino por los realistas que seguían luchando a favor de la Monarquía. Marat fue asesinado por la realista Carlota Corday el 13 de julio. Jean Paul Marat había sido el director de uno de los periódicos de mayor influencia entre los revolucionarios: Ami du Peuple. Partidario de la acción violenta, había tenido un papel destacado en los acontecimientos más importantes de la Revolución y especialmente en las jornadas del 31 de mayo y del 2 de junio de 1793. Su muerte produjo un gran impacto y la reacción que provocó fue impresionante. La Convención le ofreció unos funerales fastuosos. Su imagen siempre estuvo relacionada con el radicalismo revolucionario, quizás, por aquello que afirmaba Camille Desmoulins de que su función en la Revolución era la de proporcionar un limite a la imaginación popular: "más allá de lo que propone Marat, sólo puede haber delirio y extravagancia". No obstante, la historiografía posterior no le ha otorgado un papel tan destacado como a Robespierre y a Danton.El asesinato de Marat radicalizó aún más la actitud de los ultrarrevolucionarios, y especialmente de los sans-culottes y de los enragés, como eran conocidos los seguidores de Jacques Roux. Danton, cansado y desgastado por sus esfuerzos por terminar la guerra y también por las implicaciones que se le descubrieron en turbios asuntos de venalidad, pidió a la Convención ser apartado del Comité de Salud Pública. La Convención decidiría que el gobierno de Francia sería confiado excepcionalmente, hasta que terminase la guerra, a dos de sus comités: el Comité de Salud Pública y el Comité de Seguridad General. El primero de ellos había sido creado el 1 de enero de 1793 con el nombre de Comité de Defensa General. Después de la traición de Dumoriez fue encargado de dirigir el gobierno, excepto la finanzas y la policía. Cuando se produjo la expulsión de los girondinos, sufrió una nueva transformación y se convirtió en lo que se iba a llamar el Gran Comité, compuesto por doce miembros, cuyas tendencias estaban lejos de ser unánimes. Había moderados, como Lindet o Carnot, una izquierda formada por Robespierre, Saint Just y Couthon que tomaría la dirección del país, y extremistas partidarios de reformas sociales radicales, como Billaud-Varenne y Collot d'Herbois. El Comité de Seguridad General, que fue creado a comienzos de la Convención y que había sustituido al Comité de vigilancia de la Asamblea Legislativa, se compuso también, a partir de septiembre de 1793, de doce miembros que tenían a su cargo la policía política.Estos dos Comités constituían una especie de gobierno parlamentario que comenzó a dirigir los asuntos de Francia de forma dictatorial gracias a la confianza de la que gozaban por parte de la Asamblea. La política que practicaron estos hombres está vinculada al Terror, como medio de salvar al país de los peligros que lo amenazaban en el interior y en el exterior. El Terror estaba dirigido contra los enemigos de la Revolución y se aplicaba mediante la sustracción del acusado del curso normal de la justicia para ser sometido a un Tribunal revolucionario que aplicaba unos procedimientos y unas penas fijadas por la Convención. Pero el Terror no era simplemente una forma de aplicación de la justicia revolucionaria, era también una forma de gobierno omnipresente mediante el cual la dictadura revolucionaria dejaba llegar su mano de hierro a cualquier rincón del país, a través de los representantes en misión, delegados por el Comité de Salud Pública y la Convención. Ahora bien, el Terror como tal, es anterior a la dictadura del año II de la República, pues se manifestó desde los mismos comienzos de la Revolución ligado a la idea de que ésta estaba amenazada por un complot aristocrático al que sólo las medidas de carácter extremo podían poner fin. Lo que ocurre es que ahora, a partir de septiembre de 1793, se presenta como un sistema represivo institucionalizado. Hubo muchas víctimas del Terror, e incluso la guillotina, aquel maléfico instrumento que pronto se convirtió para siempre en el símbolo de la violencia revolucionaria, no fue suficiente y se recurrió a los fusilamientos y hasta a los ahogamientos colectivos en el Loira. A la hora de precisar cifras, no todos los historiadores se ponen de acuerdo. Donde hubo más víctimas fue, sin duda, en París, pero también en Burdeos, Tolón y Lyon padecieron el frenesí de las ejecuciones. En total, se ha hablado de más de 100.000 víctimas, y aunque Godechot ha querido reducir la cifra hasta 35.000 o 40.000, no cabe duda de que en cualquier caso hay que contar los muertos por decenas de miles.La política basada en la dictadura y en el terror dio sus frutos: en el interior los insurrectos fueron sometidos en diferentes ciudades de Francia y el movimiento de La Vendée fue completamente aplastado. Para eliminar el peligro exterior se llevó a cabo un extraordinario esfuerzo militar consistente en la leva en masa de miles de hombres que irían a integrarse con los soldados más veteranos. Cada media brigada (nuevo nombre que se le dio al regimiento) estaría compuesta por dos batallones de novatos y uno de hombres experimentados. La falta de armamento y de equipamiento sería suplida por una rígida disciplina y por un gran entusiasmo patriótico y revolucionario. Saint-Just y Carnot, ante la falta de preparación de la tropa para continuar con la guerra de asedios, pondrían en marcha una nueva estrategia consistente en el ataque sin descanso mediante la línea de tiro y el asalto con bayoneta. En esta modalidad se revelaron nuevos oficiales, como Bonaparte, que contribuyeron a darle un mayor impulso a este tipo de guerra, moderna, más móvil y total, puesto que implicaba a toda la nación e iba a conducir a Francia a la victoria.A finales de 1793 se detuvo la invasión y en 1794 se reemprendió la ofensiva en Bélgica y en Renania. Sin embargo, la Convención se abstuvo en esta ocasión de hablar de anexión y se limitó a una negociación que se vio facilitada por la división de los aliados. A Gran Bretaña no le interesaban más que los problemas marítimos y la cuestión belga y se desentendió de la ayuda a los contrarrevolucionarios. Prusia y Austria estaban ocupadas en el problema de Polonia y esta última reclamaba su parte después de que Prusia y Rusia ya se habían adjudicado cada una parte en 1793. España, por su lado, se sentía cada vez más aislada y la torpeza de su ministro Godoy la llevaría a dar unos bandazos poco firmes ante la situación política internacional.Sin embargo, la mejoría de la situación general había vuelto a fomentar las disensiones en el seno de los revolucionarios que habían alcanzado el poder. Tanto en la Convención como en los Comités no quedaban ya moderados, sólo había extremistas, pero entre éstos se dibujaban tres tendencias. En el centro se hallaba Robespierre, que ahora alcanzaba el cenit de su carrera revolucionaria. Robespierre era un personaje extraordinariamente controvertido en aquellos momentos y lo ha seguido siendo entre los historiadores que han tratado de analizar su biografía. Michelet lo denostaba y Mathiez lo ensalzó hasta convertirlo en un mito. De su postura política han dicho recientemente Furet y Richet que "Lejos de ser un doctrinario, era un táctico notable, un político experto en la elección del momento oportuno, hábil para distinguir lo posible y lo aventurado, apto para seguir la opinión popular o parlamentaria sin dejarse desbordar por ella". Era, en definitiva, un roussoniano puro, con una fe indestructible en la libertad, en la soberanía popular, en los derechos humanos y en la felicidad futura, pero al mismo tiempo un perfecto organizador y un hombre pragmático.A la derecha de Robespierre se hallaba Danton, que había vuelto a la política a finales de 1793, y que sin dejar de ser un demagogo aparecía como un moderado al que comenzaban a repugnarle las atrocidades sistemáticas impuestas por el Terror. A la izquierda, Hébert, sucesor de Jacques Roux -que se había suicidado en prisión- como líder de los enragés. Había fundado el periódico Le Pére Duchesne, órgano de los sans-culottes, e impulsaba medidas aún más radicales consistentes en un dirigismo económico y político animado por la Convención. Había colaborado intensamente en la campaña de descristianización que se había llevado a cabo tanto en París como en los departamentos. Los sans-culottes eran conscientes de que habían sido ellos los que, a consecuencia de su ardor revolucionario, consiguieron la radicalización de la Revolución y ahora querían recoger sus frutos.La lucha política entre estas facciones se desarrollaba en los clubs y en la Convención, en donde los diputados de unas y otras intentaban hacerse con la mayoría. Pero la frialdad y la capacidad de maniobra de Robespierre fueron decisivas en esta lucha y sus oponentes fueron acallados mediante la eliminación de sus líderes. Hébert y sus enragés procuraron capitalizar un recrudecimiento de la crisis de subsistencias en el invierno de 1793-94, organizando manifestaciones de protesta. Pero los jacobinos, que dominaban el Comité de Salud Pública, les acusaron de tratar de soliviantar al pueblo y consiguieron encarcelar a sus dirigentes a mediados de marzo. Después de un breve proceso, el 24 de marzo (4 de Germinal), Hébert, Ronsin, Manuel, junto con Momoro y Leclerq -de las secciones parisienses- y algunos otros radicales fueron guillotinados.La desaparición de los radicales iba a llevar, aunque pueda resultar paradójico, a la desaparición también del grupo moderado encabezado por Danton y Desmoulins. Robespierre, para que no pudiera interpretarse que con su actitud en contra de los enragés estaba favoreciendo un corrimiento de la Revolución hacia la derecha, mandó encarcelar a los principales moderados. Parece que durante un momento se resistió a incluir a Danton en la lista, pero una excepción podría levantar contra el gobierno a todos los que se habían comprometido con el Terror. El proceso fue agitado y Danton fue excluido de los debates. El 5 de abril (22 de Germinal) fue ejecutado.Con la desaparición de las dos oposiciones se produjo también la desaparición de la presión callejera que había estado obrando sobre el gobierno desde el 10 de agosto de 1792. En realidad, la eliminación de las facciones se había llevado a cabo en medio de una indiferencia generalizada. Robespierre se quedaba ahora solo en el poder. La Revolución se había congelado como dijo Saint-Just. Desaparecieron las sociedades populares y otros comités especiales y todo quedó en manos de una férrea dictadura. Entre Germinal y Termidor el gobierno robespierrista tomó una serie de medidas destinadas a la consecución de una sociedad pura y perfecta. Para luchar contra la secularización y para proporcionar una base moral a la Revolución, lanzó el culto al Ser Supremo, que fue entronizado mediante una gran ceremonia que tuvo lugar el 8 de junio (20 Pradial). Se trataba en realidad de contrarrestar la política de descristianización que se había practicado en Brumario y que había disgustado a muchos franceses de raíces profundamente católicas. No se trataba de volver al catolicismo, sino de instaurar una religión de carácter deísta, con un vago fondo filosófico pero con un ceremonial litúrgico precisamente legislado. Aquel intento, sin embargo, no contentó a nadie. A los católicos les pareció una culminación del proceso de descristianización, y a los no católicos, una vuelta a la religión.Para reforzar el reino de la virtud, Robespierre amplió la legislación terrorista en el mes de abril, mediante una medida que agravaba las penas y centralizaba los juicios en París. Las penas de muerte aumentaron considerablemente. El 10 de junio se dictó una ley que ampliaba la noción de sospechoso, simplificando el proceso judicial y eliminando a los testigos. Se trataba de ampliar el control del poder sobre la justicia con la intención de evitar la arbitrariedad de los tribunales regionales. Pero, si bien se pretendía con esa medida apaciguar los ánimos revolucionarios, el resultado fue exactamente el contrario, pues los sans-culottes de provincias se vieron privados, no sin un gran disgusto, de sus propios organismos de Terror que habían logrado después de una larga lucha.